lunes, 14 de septiembre de 2015

El colegio de las hijas del rey

            Al igual que buena parte de la prensa generalista –o, al menos, la madrileña- el diario El País se hace eco de la noticia de la escolarización de las hijas de los reyes de España en el colegio Santa María de los Rosales. De acuerdo con la crónica del rotativo capitalino, esta escuela –pese a su nombre- es privada y laica. Que es privada está fuera de toda duda. Sin embargo, en lo que se refiere a su orientación religiosa, en la propia web del centro se puede leer lo siguiente:

Fiel a su ideario, Santa María de los Rosales ofrece a sus alumnos una formación religiosa católica.
La Primera Comunión y la Confirmación son celebraciones oficiales que se realizan en los niveles de 4º de Ed. Primaria y 1º de Bachillerato, respectivamente.
Los alumnos que profesan otras religiones son igualmente bienvenidos y se les ofrecen opciones alternativas, como es propio de un Colegio en cuyo ideario se defiende el respeto a las opiniones y convicciones ajenas.

            El centro no solo es que sea católico, sino que además convierte algunos de los ritos de paso de su religión en celebraciones oficiales (signifique esto lo que sea). El último párrafo de la cita literal es un tanto inquietante. Por un lado, el centro parece ecuménico, pero la redacción da a entender que su alumnado ha de profesar alguna religión –aunque no sea la “verdadera”: nótese que los demás tienen “opiniones y convicciones ajenas”-, lo que excluiría, por de pronto, a agnósticos y ateos.

            Curioseando la web de este colegio, he visto algo que me ha agradado mucho: el fomento de la oratoria. Según se deduce de lo que se ve en la web, se trata de una actividad que se realizaría en un salón ad hoc y que incluye muy diferentes géneros: el monólogo –se supone que consistirá en hacer presentaciones o pequeñas conferencias y no de emular a Dani Rovira, pese a que esto último no estaría nada mal-, el debate, la entrevista, la conversación y el coloquio. Es una pena que este tipo de actividad no sea lo habitual en nuestro sistema educativo. Por desgracia, las dotes oratorias solo se cultivan en algunos centros, ya sean públicos o privados –sobre todo de primaria-, que recurren a lo que en la jerga se llama “la asamblea” –muy extendida, pese a gentes como Lucía Figar, en la Educación Infantil-. Por lamentable que pudiera parecer, tales destrezas tampoco se prodigan en nuestra universidad, la cual, en muchos aspectos, aún no parece haber salido de la Edad Media.


            Es una lástima que nuestros reyes no hayan elegido algún centro público –de hecho muchos llevan su nombre o el de alguno de sus deudos- en lugar de este privilegiado y “santo” colegio. El mensaje que lanzan con esta opción es que lo de la pública es para la plebe. Una cosa es que el rey se case con una plebeya –lo que, sin duda, dice mucho en su favor- y otra, muy distinta, es convivir con el común de los mortales –justamente una de las principales virtudes de la escuela pública-. 

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